Recibí un "me gusta" en Facebook Dating que me provocó curiosidad, repulsión, alarma e indignación. Un hombre guapo con varias fotos seductoras en su perfil, excepto una en la que aparecía con un arma larga y el uniforme de operaciones tácticas del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos. Sí, estimado lector, el aparato represivo está presente incluso en las aplicaciones de citas.
Esa foto no era seductora; era un sutil mensaje de vigilancia y poder erotizado. Una prueba para ver si yo también me sometería al fetiche del uniforme, al deseo del macho armado. Le escribí: "¿Crees que mostrar una foto con uniforme de policía y portando un arma larga te hace más atractivo y tentador? Ahórrate la imagen de macho. Busco hombres seguros de sí mismos". Y luego lo bloqueé, no por miedo, sino por dignidad.
Ese es uno de los muchos extremistas que han surgido en el Massachusetts progresista, visibilizados y envalentonados por la retórica de Trump. Boston, como capital de Massachusetts, es una burbuja progresista. Sin embargo, los partidarios de Trump han ganado ventaja en el resto del estado. Y los gays no son la excepción.
Esos son hombres que no se esconden por completo, sino que se exhiben en espacios donde pueden dominar, medir las reacciones y seducir desde sus uniformes. El hombre con el que me encontré no parece separar su vida personal de su rol profesional. Y quién sabe si está allí para rastrear inmigrantes o reclutar informalmente para grupos paramilitares.
Los partidarios hiper masculinos de Trump en uniforme son la versión drag y fascista del clóset. No llevan lentejuelas, pero cada prenda que eligen está cargada de un erotismo que se niegan a nombrar.
Llevan camisas entalladas, pantalones cargo, chalecos tácticos, muñequeras anchas de cuero en ambas manos y pulseras de cuentas de madera cuidadosamente elegidas para parecer rígidas y naturales. No es casualidad; es una representación masculina teatral.
Y cuando aparecen en una aplicación de citas con pistolas en mano y un chaleco de Seguridad Nacional, no buscan el amor; buscan confirmar su dominio. Ponen a prueba a quién intimidar, a quién pueden seducir uniformados y a quién pueden convertir en un eco. No buscan pareja, sino lealtad a un ideal. Y si tienen sexo, es para reafirmar su poder, no placer, afecto o amor.
Hay un conocido homosexual partidario de Trump en redes sociales que ofrece talleres de masculinidad en Florida, pero rechaza su orientación sexual. Su disonancia cognitiva es tan fuerte que describe el sexo entre hombres como una afinidad tribal, no como afecto ni romance. Habla despacio, controla sus gestos y mide sus palabras con la misma tensión que reprime su fragilidad. Sus gestos son tan falsos que parecen sacados de cursos de refinamiento masculino.
No me asusta el deseo entre hombres, sino el deseo reprimido cuando se viste con el uniforme del aparato represivo, se disfraza de patriotismo y apunta con armas en nombre del orden. Ese deseo, en lugar de acariciar, hace daño. En lugar de amar, domina.
Lo que encontré en esa aplicación no fue un hombre gay, sino un emisario del miedo. Un maricón del poder. Un macho que no se atreve a vivir libremente ni a amar y, por lo tanto, necesita controlar. Escribo contra el deseo que los machos de armario no se atreven nombrar y el afecto que niegan. Escribo contra el fascismo disfrazado de macho.
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