La gobernanza de Puerto Rico no es pasarela

Arnaldo Ortiz Miranda, Junta del Retiro
Lcdo. Arnaldo Ortiz Miranda / Fuente: El Vocero

 

Ni siquiera yo, que soy un pobre diablo, me hago un examen de la vista y ordeno una sola montura. Tengo tres y no es por lujo, sino por criterio. Lo hago porque sé que no es lo mismo estar en casa, que en un evento social o en la comunidad. Sé que lo que uno lleva consigo determina la proyección que otros se llevan de uno.

No se trata de complacer a otros ni vanidad, sino de conciencia. Quizás se trate, en parte, de que he aprendido eso en mi contexto social y político inmediato en Massachusetts, donde llevo más de una década. Nada es perfecto en Massachusetts ni los políticos son mejores personas. Sin embargo, hay algo claro aquí que parece no ocurrir en otras partes.

En este estado, los funcionarios no andan disfrazados de fashionistas para hablar de temas serios. No hay gafas blancas enormes ni poses de influencer en conferencias de prensa. Aquí, aunque le caigan mal a uno, se cuidan y moderan su imagen para reflejar la seriedad de su puesto.

Por eso, me chocó tanto cómo Arnaldo Ortiz Miranda, director de la Junta de Retiro de Puerto Rico, parece que no distingue entre su look personal de farándula y su función gubernamental en una de las agencias más cruciales de Puerto Rico.

Señores, la apariencia de este funcionario no es un descuido, sino una decisión. Y lo grave no es la montura ostentosa que lleva, sino el momento en que la usa y lo que esa apariencia representa: una desconexión profunda entre su rol y la realidad del pueblo al que dice servir.

No se trata de un Osmel Sousa, Lili Estefan o Maripily dentro de la superficialidad del mundo del espectáculo que representan, sino de un funcionario público en capacidad gubernamental; no en su vida personal. Se trata de alguien a cargo de las pensiones de miles de personas mayores que viven al filo de la precariedad en Puerto Rico. Si embargo, su presencia pública proyecta otra cosa: ego, teatralidad y narcisismo institucionalizado.

Arnaldo Ortiz Miranda no es un caso aislado, sino un síntoma. En Puerto Rico, la política ha dejado de ser el arte de gobernar y se ha convertido en el arte de lucirse. No importa si entiendes el presupuesto o los sistemas de retiro, sino que sepas posar, aunque detrás no haya ni una idea sólida.

Hay estados como Massachusetts, Vermont o Minnesota, donde da gusto escuchar a sus políticos porque se discuten ideas, se confrontan datos y se valora la sencillez como parte del oficio. No porque sean santos, sino porque hay una cultura política que castiga el exceso.

En Puerto Rico, en cambio, lo estrambótico se premia. El que más chillón se proyecta, más atención obtiene. El que más se viste, más se ve. No me sorprendería si muchos patronos en Puerto Rico basan sus reclutamientos en cuan bonito se vea un resumé en vez de evaluar la sustancia del contenido.

Por eso, me atrevo a decir sin filtro: no me molesta la montura blanca, sino que haya que explicar por qué es inadecuada para el momento. Me molesta que un funcionario no entienda el contexto de limitaciones fiscales que vive Puerto Rico. Me molesta que, en vez de representar al pueblo, represente su estilo de moda.

El pueblo puertorriqueño es inteligente, digno y talentoso, pero es preocupante que iguale la apariencia con la calidad. Si es así, entonces se trata de un país empobrecido con pudrición gubernamental enmascarada de olores y adornos.

Y, para quien me diga que no puedo opinar sobre los asuntos de Puerto Rico porque me fui, aclaro: desde mi salida hace 18 años, aproximadamente 601,919 personas han abandonado la isla. No nos fuimos; nos expulsaron, pues nadie deja voluntariamente el lugar que ama.

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