¿Te vas pa’ Estados Unidos o quieres cambiar de estado? Lee esto antes de arruinar tu vida

Filadelfia (izquierda) y Boston (derecha)


Este escrito está dirigido tanto a puertorriqueños que están considerando mudarse a algún estado del continente, como a latinoamericanos que desean emigrar legalmente a Estados Unidos, o para quienes ya están aquí y contemplan cambiar de estado. En todos los casos, hay una idea que se repite: “que cualquier lugar en Estados Unidos será mejor que donde están”. Y eso no siempre es cierto.

Dentro del capitalismo estadounidense, hay estados tan desarrollados que parecen países nórdicos y otros que funcionan como repúblicas bananeras. Hay regiones con altos salarios y buena calidad de vida, y otras donde sobrevivir es una lucha diaria, aunque trabajes a tiempo completo. Hay lugares donde el gobierno te cuida, aunque sea con límites, y otros donde la actitud prevalente es “sálvese quien pueda”.

Este texto habla desde mi experiencia de casi dos décadas. No vengo a venderte el sueño americano ni a decirte que todo es miseria. Quiero ayudarte a tomar decisiones con los ojos abiertos, porque llegar a Estados Unidos no es el final del camino; es apenas el principio de tu ruta de vida.

Voy a decirte una verdad sin endulzarla, aunque incomode: Estados Unidos no es una tierra de oportunidades para todo el mundo. Es un país de reglas estrictas, mentalidad competitiva e individualista y un sistema que menosprecia a los más vulnerables.

Si lo que sabes de Estados Unidos viene de películas o youtuberos enseñando billetes para dar envidia en sus países, estás viendo solo la parte más superficial de la historia, y muchas veces, la más falsa.

En el caso de los puertorriqueños, tenemos la ventaja de establecernos desde el principio, sin complicaciones por nacer con ciudadanía estadounidense. Otros grupos pueden regularizar su estatus si califican bajo algunas categorías migratorias, según la Ley de Inmigración y Nacionalidad. Sin embargo, hay realidades que aplican a todos por igual, sin importar el estatus.

Al principio, muchos latinoamericanos comienzan subempleados en limpieza, construcción, agricultura o entregando comida, aunque tengan estudios universitarios o experiencia profesional. Algunos lograron avanzar luego, pero no por suerte, sino porque eligieron bien dónde vivir, supieron a qué programas solicitar y se movieron con estrategia. Otros tuvieron contactos clave que les abrieron las puertas. Pero si llegas pensando que solo con estar en el país ya resolviste tu vida, te vas a estrellar.

Estados Unidos no es una nación uniforme, sino una unión de 50 estados con reglas propias, prioridades distintas y niveles muy desiguales de inversión pública. Tener pasaporte o residencia legal te da derecho a desplazarte a cualquier parte, pero no garantiza que el nuevo lugar te trate bien, te sostenga o te respete.

Comencemos con la educación y la cultura. Hay estados que financian universidades, bibliotecas, museos y programas artísticos. Otros apenas sostienen sus escuelas. En algunos lugares se apuesta por el pensamiento crítico; en otros, solo importa formar mano de obra sumisa que no haga preguntas incómodas.

Ni el acceso ni la calidad del sistema sanitario son iguales en todas partes. Hay estados donde la atención es buena, pero el acceso depende de tu capacidad de pago. Otros tienen sistemas más robustos y cobertura amplia. Los cinco mejores son Hawái, Massachusetts, Connecticut, Rhode Island y Nueva York. En contraste, Florida y Texas están entre los peores.

Si tienes condiciones de salud que requieren tratamiento continuo (como diabetes, VIH, enfermedades mentales, cardiovasculares o autoinmunes), necesitas ubicarte en un estado donde haya acceso igualitario. Tu vida puede depender del lugar que escojas para vivir.

La economía también varía. Los estados del noreste y la costa oeste son caros porque sus economías se sostienen con empleos especializados que exigen credenciales altas, inglés fluido y redes de contacto. Y los salarios altos reflejan esa realidad. En cambio, hay regiones donde dominan los trabajos no diestros, mal pagados, inestables y sin beneficios.

Si llegas a un lugar donde el mercado laboral no necesita lo que tú sabes hacer, quedarás atrapado en trabajos de supervivencia. Eso no es el sueño americano; es el mismo cansancio de tu país, pero con otro idioma.

También hay que hablar de impuestos. Algunos estados se promocionan como “baratos” porque no cobran impuesto sobre los ingresos; pero esa ventaja fiscal significa menos fondos para salud, educación, transporte o programas sociales. Al final, todo te sale más caro, por otro lado. En cambio, los estados con impuestos altos suelen tener mejor infraestructura y protecciones sociales más sólidas para cuando tengas una crisis económica o pierdas el empleo.

También debes considerar el clima, pero no como único factor. Estados Unidos es enorme y su geografía es diversa. Hay regiones templadas todo el año y otras donde el invierno o el verano son extremos. Yo vivo en un estado donde hasta Satanás, los demonios y el infierno se congelan en invierno, y aun así estoy mejor que en lugares más cálidos.

Entonces, la clave es entender que Estados Unidos no es una sola realidad. No basta con llegar o con estar legal, sino saber dónde te conviene vivir. Si llegaste por un estado que no te gusta o que no te ofrece condiciones dignas, piensa estratégicamente. Mudarse puede ser difícil, pero más difícil es quedarse en el lugar equivocado.

Comentarios