
Por eso, cuando esta semana un juez federal en Rhode Island le ordenó a Donald Trump restablecer el 100% de los beneficios de la asistencia alimentaria para 42 millones de estadounidenses, sentí orgullo.
Ese reflejo revela que la compasión social y el progresismo que definen a Nueva Inglaterra, esta puntita al noreste del país en la frontera con Canadá, no es una moda, sino un rasgo del ADN cultural. Aquí no esperan instrucciones de Washington para hacer lo correcto.
Mientras en gran parte de Estados Unidos se demoniza a quienes dependen de asistencia pública, en Nueva Inglaterra predomina la idea de que la ayuda no es caridad, sino un derecho. El gobierno interviene no por pena, sino por convicción cívica. Dejar caer a los más vulnerables sería, en esta región, una forma de corrupción moral.
El fallo del juez de Rhode Island dio al país una lección de justicia social. Y la rapidez con que Massachusetts procesó los pagos mostró la solidaridad práctica que une a todo el noreste, donde la ética en el servicio público aún sobrevive a la polarización partidista nacional.
Nueva Inglaterra no es una rareza política, sino un recordatorio de lo que Estados Unidos fue capaz de ser una vez. Aquí todavía se cree en la educación pública, en el transporte eficiente, en la protección ambiental, en los sindicatos, en el acceso equitativo a la salud, en los derechos de la comunidad LGBT, en las contribuciones de los inmigrantes y en el derecho a una vida decente. No se trata de perfección, sino de coherencia moral.
Donald Trump apeló el fallo judicial de Rhode Island ante la Corte de Apelaciones en Boston. ¿Cuál creen que será el resultado? Yo no soy jurista, pero mi apuesta es cultural. La Corte de Apelaciones actuará de acuerdo a su tradición progresista y la conciencia social que el resto del país olvidó.
Comentarios
Publicar un comentario