
En estos días, me descubro agradeciendo a la vida sin necesidad de anunciarlo en voz alta ni revestirlo de dramatismo. Agradezco en silencio, como quien por fin entiende que ha llegado a un lugar donde puede respirar. Y eso, para alguien que ha vivido tantos riesgos, es un lujo que no se compra.
Agradezco poder entrar a mi vestidor y decidir qué botar, qué regalar y qué dejar ir. No lo hago desde el apego, sino desde la libertad de saber que nada de lo que poseo me define y que, si mañana tengo que empezar de cero, no me derrumbo. Agradezco poder enviar ayuda a Cuba sin sentir que me descuadro. Hace falta bondad en este mundo.
Agradezco mi apartamento sencillo e imperfecto, pero acogedor. He creado un espacio que no me obliga a escapar para sentir comodidad. Después de haber estado sin hogar por casi un año y haber vivido en refugios donde el miedo era parte de la experiencia, tener un hogar tranquilo no es menor; es una victoria.
Agradezco mi estabilidad mental, que he construido con años de tratamiento, disciplina y un sistema de salud que, aunque frío como el clima de Massachusetts, está lleno de profesionales que tratan a la gente con una humanidad que no se ve en todos los estados. He recibido un cuidado que me ha sostenido, incluso cuando yo no sabía sostenerme.
Hoy, cualquiera que me vea desde afuera quizás me juzgaría como alguien que “vive del sistema” porque no conoce mi trayectoria ni tiene por qué conocerla. Lo que no saben —y no necesito explicar— es lo que me tomó llegar hasta donde estoy ahora. Lo que caminé, lo que perdí y lo que sobreviví.
Agradezco también a Ángel, alguien que se convirtió en mi mejor amigo por más de una década. Ángel me ofreció su amistad sin ningún interés mientras ambos estábamos sin hogar. Yo, aterrorizado y vulnerable en una ciudad nueva donde no conocía el crimen callejero de muchas partes. La vida nos separó, como suele pasar cuando ambas personas crecen en direcciones aparte, pero ese gesto sigue siendo un faro en mi memoria.
Agradecer es reconocer que, a pesar de todo, sigo con techo, salud, lucidez, la capacidad de desprenderme, ayudar cuando puedo y evitar justificarme ante quienes nunca han tenido que pelear por algo tan básico como la estabilidad.
Hoy agradezco sin espectáculo ni hashtags. Agradezco porque sobreviví y vivo bien.
Y agradezco porque, después de tantos inviernos, por fin tengo calor en mi propia casa. Tengo muchas historias que contar y muchas lecciones que enseñar.
Comentarios
Publicar un comentario